Homilía del cardenal arzobispo de Valencia, D. Antonio Cañizares en el X aniversario

IO años de adoración Eucarística Perpetua en la capilla de la parroquia de S. Martín, 10 años, fiel e ininterrumpidamente, después otras. Damos gracias a Dios, damos gracias a la parroquia y a los fieles adoradores.

Hemos de impulsar la adoración, inseparable de la evangelización, y vivirla de verdad; y más ahora, tras la convocatoria o anuncio del sínodo diocesano "para que los Hombres crean"; y hemos de impulsar, además, la adoración, entre nosotros, los sacerdotes como arma para nuestra "vida sacerdotal" y como realidad imprescindible para una nueva evangelización en la que estamos y para pedir, como nos dice, envíe obreros a su mies, en definitiva para la promoción de vocaciones, a trabajar en el campo del Señor, en el anuncio del evangelio como sacerdotes, misioneros, consagrados o laicos: es urgente y no hay tiempo que perder, es inaplazable ese trabajo, y la adoración.

Hemos de promover la adoración e intensificarla entre la de especial consagración para favorecer e intensificar la vida esponsal con el Señor, de unidad y comunión con El, para ser evangelizadores en las distintas obras que se lleven a cabo por los distintos carismas, para suscitar y promover la vida consagrada. Hemos de promover y propiciar la adoración eucarística entre los fieles, fuente de vida cristiana y de promoción del apostolado entre los laicos llamados, desde el encuentro con el Señor y la amistad con él, a evangelizar, metiendo el Evangelio en las venas del mundo, y con la presencia pública y privada de los laicos en los asuntos públicos, en la familia, en la educación, en la cultura o en la política y suscitar vocaciones laicales a un mayor compromiso con su fe y el apostolado propio de ellos.

Todos estamos necesitados de la adoración eucarística, del encuentro con el Señor para seguir a Jesús como Iglesia y ser Iglesia, vivir en comunión con la Iglesia cuya identidad y dicha más profunda es evangelizar. Sin adoración no habrá evangelización, no surgirán nuevas vocaciones a la vida familiar cristiana, a la vida consagrada, a la acción misionera, al apostolado laical, o al sacerdocio ministerial. Una Iglesia que no cultive la adoración eucarística será una Iglesia raquítica, sin fuerzas ni capacidad para anunciar y testimoniar el Evangelio de Jesucristo, que trae la salvación única y universal; que libera del maligno, del pecado y de la muerte, amenazas para el hombre, y que trae la paz, la vida de amor, el perdón, la unidad, el servicio a los pobres y los últimos.

Desde hace tiempo, prácticamente desde que llegué como Arzobispo a vosotros, a esta queridísima diócesis de Valencia, tan profundamente eucarística — que conserva la reliquia inigualable del Santo Cáliz de la cena y ha contado con tan grandes santos eucarísticos como S. Juan de Ribera- he sentido que Dios me llamaba a promover y propagar la adoración eucarística en sus diversas formas y posibilidades, a insistir a tiempo y a destiempo en la adoración eucarística y a escribiros Cartas pastorales.

Todos los días celebramos en la sencillez de nuestras Iglesias el misterio del Cuerpo y de la Sangre del Salvador. Todos los días podemos adorar y recibir los cristianos el Pan vivo bajado del cielo. Dios se nos ha dado como promesa y posesión en una comida sencilla y ordinaria: el Pan y el Vino. Bajo estos signos de terrena cotidianidad, Dios mismo se nos da como alimento. Pero esta misma cotidianidad, puede hacernos olvidad la infinitud y la grandeza de lo que celebramos, y a Quién, celebramos. Necesitamos postrarnos ante el Señor y adorarle, darle gracias y pedir que aumente nuestra fe y cambie nuestro corazón para amarle y adorarle. Necesitamos poner más de manifiesto y reavivar así todo el sentido y la fuerza de la adoración Eucarística, que es de suyo alma y corazón de la Iglesia, que subsiste en cada una de las Iglesias particulares, y debería serlo también en la conciencia y vida de todos los cristianos, y cada día con mayor fuerza en todas las comunidades.

Nos hemos acostumbrado a ello, y tal vez no tengamos la lucidez suficiente ni la perspicacia necesaria para percatarnos de lo que celebramos cada día, es, nada menos que la presencia real en el sentido más pleno del Cuerpo y Sangre de Cristo en la Eucaristía, "Luz para alumbrar a las naciones y gloria del pueblo de Dios, Israel", es decir la presencia sustancial por la que Cristo, total y completo, Dios y Hombre verdadero, está presente. El mismo que se encarnó y nació de la Virgen María, pasó haciendo el bien, fue crucificado, muerto y sepultado, y ahora, resucitado victorioso, vive para siempre junto ai Padre, intercediendo por nosotros, y llevando a cabo su obra salvadora, por la Iglesia, su Cuerpo histórico y místico, en la que obra, actúa y mora. Con ello afirmamos que Cristo, con todo lo que Él es, está realmente presente en el centro de la Iglesia, de la historia, del mundo. Cristo no es un personaje simplemente recordado ni tampoco cercano, solo mediante una imagen, o un signo; está realmente presente con nosotros y cumple su obra redentora que se perenniza en el sacrificio eucarístico, haciendo por la comunión y la adoración y la acción del Espíritu Santo, de cuantos participan, su cuerpo que es la Iglesia. Esto es lo que celebramos y adoramos todos los días en la Sagrada Eucaristía, y en su prolongación que es la Adoración eucarística fuera de la misa. Esto causa asombro y estupor, e invade de alegría. La alegría de la Eucaristía, la alegría de la adoración, es la alegría inenarrable con que el inmenso amor de Dios, Trinidad Santa, nos lleva con la participación en el supremo Don que es la Eucaristía — Cristo hecho Eucaristía — y con nuestra postración, adoración, ante este Don, - y que es también participación en el mismo Don donde se contiene todo Don que viene de Dios. Sin duda ninguna como dice el Salmo, "Dios ha estado grande con nosotros y estamos alegres", por la gracia de la adoración con que ha enriquecido a su Iglesia.

Le reconocemos a Él en el centro de todo. Le reconocemos en la Adoración Eucarística. Sin ella el mundo perece y se cierra su futuro, pero gracias a Él, y a la Trinidad Santa, Él está suscitando en los últimos años por todo el mundo, una corriente imparable y vivificadora de adoradores al Santísimo — de adoración perpetua y de adoración permanente a lo largo del día, de adoración nocturna, de vigilias de adoración con jóvenes, de iniciación a la adoración con grupos eucarísticos y movimientos infantiles - .

Esta corriente imparable es un regalo del cielo y por eso me siento, nos sentimos muy dichosos. No hay futuro del hombre al margen de la Eucaristía ni de la adoración que es inherente en sí misma, en la celebración, y en su prolongación de adoración real en espíritu y en verdad.

Quien repase el magisterio Eucarístico de los 50 últimos años, sobre todo los últimos 25, quedará sorprendido por su extraordinaria riqueza y no solo es el magisterio, sino también, tantos hechos — Año de la Eucaristía, sínodo, surgimiento y crecimiento de grupos de adoración perpetua, entre otros-. Exceptuando el siglo XVIII, y las aportaciones del Concilio de Trento, bien se puede afirmar que el período comprendido entre los inicios del XX y los primeros años del siglo XXI, han sido en toda la historia de la Iglesia el más intensamente eucarístico en aportaciones doctrinales. El magisterio eucarístico postconciliar ha profundizado, como hasta entonces no había ocurrido, en la comprensión del misterio eucarístico, y en el sentido más profundo y auténtico de la adoración no solo acto de piedad eucarística, sino realidad de fe inserta en el mismo misterio eucarístico, así como, de una manera particular, en la estrecha relación que media entre la Eucaristía y la Iglesia, y, por tanto entre la adoración Eucarística y la Iglesia.

Permitidme que copie literalmente, aunque sea largo, lo que dice el Cardenal Sarah en su presentación del libro del sacerdote alcoyano Juan José Silvestre, "LA SANTA MISA, el rito de la celebración Eucarística" (Madrid, 2015), que es muy iluminador y muy estimulante sobre el tema que os estoy escribiendo. Lo que él afirma de la liturgia, cuyo centro es la Eucaristía, ilumina el tema de la adoración al Santísimo Sacramento. Dice así el Cardenal Sarah: "el desafío de la evangelización, interpela a la Iglesia universal, y nos pide también proseguir con empeño la unidad de los cristianos. El nuestro es tiempo de nueva evangelización y la Iglesia se ve interpelada directamente por este desafío". "Es posible que, a primera vista, la liturgia parezca quedar marginada de esta tarea. Efectivamente, muchas personas incluso buenos cristianos, piensan que frente a la miseria urgente que oprime a millones de hombre y mujeres, ante las realidades sociales, difíciles y complejas por las que atraviesan naciones enteras, ante ciertos hechos de crónica o ante dificultades diarias de la vida, de las que los periódicos ni siquiera hablan, el culto y la adoración, pueden y deben esperar. Dios aparece así como algo superfluo, como algo que no es necesario para la salvación del hombre. Dios se ve como un lujo para ricos. Pero con semejante inversión, es decir, queriendo resolver antes los problemas humanos, para después ocuparse de Dios, observamos que los problemas no disminuyen, sino que se incrementa la miseria. Al mismo tiempo que procuramos paliar esas dramáticas situaciones — que siempre deben interpelar nuestro corazón de cristianos -, no podemos olvidar que Dios es y será siempre la necesidad primera del hombre. De suerte que ahí donde se pone entre paréntesis, la presencia de Dios, se despoja al hombre de su humanidad... En este sentido resume con claridad y sencillez el Papa Francisco: "La celebración eucarística, es mucho más que un simple banquete: es precisamente el memorial de la Pascua de Jesús, el misterio central de la salvación. 'Memorial 'no significa solo un recuerdo, un simple recuerdo, sino que quiere decir que cada vez que celebramos este sacramento participamos en el misterio de la Pasión, muerte y resurrección de Cristo".

"La Eucaristía constituye la cumbre de la acción salvadora de Dios: el Señor Jesús, haciéndose pan partido por nosotros, vuelca, en efecto, sobre nosotros toda su misericordia y su amor, de tai modo que renueva 'suestro corazón. nuestra existencia v nuestro modo de relacionarnos con Él y con los hermanos" (PP Francisco). Esto es obra de la adoración y reclama proseguir esta adoración en la prolongación de la Eucaristía.
Que la Virgen Santísima nos ayude en esta tarea, que como ella le adoró en sus brazos. nosotro aprendamos también a adorarle en espíritu y verdad.

 

Valencia, S.l. Catedral, 17 de septiembre de 2022.
+Antonio Cardenal, Cañizares Llovera
Arzobispo de Valencia